Nicolás Cabrillana Ciézar, nacido en Yunquera el 9 de noviembre de 1926, ha fallecido en Málaga el pasado domingo 21 de marzo.
Su dilatada trayectoria como historiador queda reflejada en numerosas publicaciones, con especial dedicación sobre los moriscos. Su libro Almería morisca constituye uno de los mejores ejemplos de erudición sobre este pueblo y material de consulta imprescindible para los historiadores.
Amante del reto, abordó la difícil tarea de catalogar la documentación que sobre los protocolos notariales de Marbella custodiaba el Archivo Histórico Provincial de Málaga. Quienes le conocimos vivimos con él ese entusiasmo que despierta en el investigador afrontar un difícil proyecto. Y lo consiguió, no sin esfuerzo.
El libro se vio materializado en 1989 bajo el título Documentos notariales de Marbella (1536-1573), e inmediatamente fue una valiosa herramienta de trabajo para quienes buceamos entre legajos maltrechos y supervivientes a las alteraciones sociales y políticas que acaecieron en nuestro país durante siglos.
Tantos datos recopiló sobre Marbella que se le desbordaba la mente hilvanando diferentes fórmulas para hacerlos llegar a sus lectores. Y ahí surgió otro libro impecable, Marbella en el Siglo de Oro, editado conjuntamente por la Universidad de Granada y el Ayuntamiento de Marbella, que a poco de nacer ya se había convertido en un clásico.
En 1993 publica un nuevo libro, esta vez con matices distintos a los anteriores y que supuso un avance al conocimiento de los despoblados de la provincia de Málaga. Su título, El problema de la Tierra en Málaga: Pueblos Desaparecidos, fue una puesta al día sobre tantas alquerías que quedaron despobladas en el devenir histórico. Los desplazamientos de la población alentados por otras tierras más prometedoras; las huidas en busca de nuevos horizontes y la presión política sobre los marginados, auspiciaron una desertización del suelo malacitano, poco investigada. Gracias a su minuciosidad, hoy nos resultan familiares.
Su perfil humano es tan interesante como el intelectual. Fue un hombre cercano, dispuesto a tender su mano a quien le pidiese ayuda y siempre asequible. Como no podía ser menos, asistir al Archivo Histórico en aquel edificio de la calle Alcazabilla, la antigua Casa de la Cultura, era un placer, especialmente porque don Nicolás, experto en manejar legajos, también lo fue en relaciones humanas. Durante mucho tiempo encontré en él un fantástico guía para introducirme en el mundo de la investigación histórica. Seguí sus consejos con una fidelidad de la que hoy me siento muy orgullosa. Tanto como de haber compartido con él muchas horas de charla en investigaciones imposibles.
Si conocerle fue un orgullo, también es doloroso aceptar su ausencia.
Catalina Urbaneja.
estuvo en Benamoyo…